Crónica

Papá llegó de trabajar…hoy libró al virus

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*José Daniel Vera Marín

Lunes 27 de abril del 2020. Villa Ocuiltzapotlán, Centro, Tabasco. Este es ya el trigésimo séptimo día sin universidad, ni amigos; no hay nadie más con quien estar, excepto, claro, mi familia. La tranquilidad que otras veces se percibía en mi casa hoy se torna en angustia que se impregna en cada una de las paredes de mi hogar ante el miedo y la impotencia de no saber qué pasará después. La soledad amenaza con derrumbarlo todo; por suerte, en la actualidad, la distancia no impide contactarse con alguien a quien extrañas, aunque yo solamente me he atrevido a hacer esto con una sola persona.

Otra larga noche más da paso a un nuevo día al percibir los rayos de sol que se cuelan por mi ventana; mientras, a través del cristal, observo solo un montón de puertas cerradas a cal y canto.  A esa hora ya sé que papá está en su trabajo y no regresará hasta dentro de dos días; él es guardia y ya estamos acostumbrados a su ausencia, pero, aun así, con todo lo que está pasando, que se encuentre allá afuera nos preocupa sobremanera. Mamá está en la cocina haciendo el delicioso arroz con frijoles que tanto me gusta; son estos pequeños detalles los que me han mantenido lúcido durante la cuarentena. Mi hermana está en su habitación durmiendo.

Y yo, bueno, mientras el resto del mundo despierta, tomo mi celular y busco la edición digital del diario matutino y me asombro al ver la cantidad de personas infectadas de COVID; son ya 707 casos positivos confirmados en Tabasco y 86 defunciones, pero no todo es malo, pues hay ya 36 recuperados. Aún así no puedo evitar sentirme frustrado de sólo pensar que tanta gente es irresponsable y no acata las medidas de seguridad impuestas por las autoridades. “Ignorantes”, pienso con furia.

Ante tal panorama no puedo evitar pensar que lo que estamos viviendo es un tipo de broma cósmica o juego de supervivencia. Después de todo, no hay zona que se salve del temible COVID. Pareciera como si la colonia entera estuviese aguantando la respiración ante la espera de que se confirme el primer caso entre los habitantes.

Aun así, con todo y eso, la inquietante idea de sentir el duro suelo de la calle bajo mi calzado se instala en mi pensamiento y sigue ahí mientras bajo las escaleras y abro la puerta. Lo primero que miro son las plantas que existen sin temor alguno de perecer mientras son arrulladas por el viento y acariciadas por la luz del sol. Alzo la mirada tan sólo para ver el lugar en total calma. Nada cruza la carretera, solo uno que otro carro que circula con destino a resguardarse del mal que pareciera que espera cualquier oportunidad para atacar. De vez en cuando aparece algún transeúnte con los característicos guantes de latex como de doctor y el cubrebocas. “Un mes más”, -pienso- mientras miro cómo autos e individuos se pierden en la distancia.

De alguna u otra manera la vida se las ha arreglado para seguir avanzando. El reloj no se detiene y lo más curioso de todo esto es ver la inmensa cantidad de semanas que han transcurrido cuando en el presente las horas se estiran y parece que el día nunca acabará. La presión de estar resguardado las 24 horas del día es devastadora no sólo para mí, sino para todos en mi hogar. Recuerdo cuando le pregunté a mamá qué sentía con respecto a todo esto y, con tristeza, me dijo que esto no era vida; el preocuparse por salir, la soledad y la tristeza, el no poder estar con tus seres queridos, son cosas que te hacen dudar si algún día acabará todo esto o uno se terminará acostumbrando a este estilo de vida. Y justo cuando pensábamos que las cosas no podían estar peor, las malas noticias comenzaron a llegar.

Era el ya el día 44 de cuarentena cuando nos enteramos que el hermano Josué, un joven de 24 de años que pertenecía a la congregación a la que mi familia y yo asistimos, había fallecido a causa de COVID. La tristeza que nos invadió fue tal que un largo silencio se instaló en la habitación y por un momento no supimos qué decir ni qué pensar. Si a nosotros la noticia nos contrajo no puedo imaginar el terrible dolor que sintió su esposa, ahora viuda. La pérdida de un ser querido siempre es dura, pero perderlo justamente en este periodo es mucho más difícil por todas las limitantes que te impiden despedirte como es debido de tu familiar.

Cuando vuelvo a ver a papá un alivio recorre todo mi cuerpo. Primero, me aseguro de que todo en él esté bien y después no puedo evitar sentí curiosidad por cómo están las cosas allá afuera. Él es el único en la familia que continúa trabajando, pues mi madre tuvo que parar sus ventas de calzado por ser un trabajo no esencial. Cuando le pregunto por el exterior, me mira mientras sostiene un vaso con jugo de naranja y me dice:

-Las cosas están difíciles- apunta con tono triste.

Pero, aunque hubiese intentado engañarme yo habría sabido que la situación es desalentadora. Aun así, seguirá yendo al trabajo; parece ser la única opción para traernos sustento.

-Con lo poco que recibo apenas y nos alcanza para un plato de frijoles o sopa- me dice intentando sonreír-.

Después, intenta infundir algo de entusiasmo en su voz y continúa:  Pero mira el lado bueno. Hemos soportado 44 días ya de intensa cuarentena y esto tarde o temprano tiene que acabar-. Entonces yo decido aferrarme a esa idea para no perder las esperanzas.

Una suerte de rutina se ha instalado en mi vida a lo largo de este periodo: levantarme con el sol, desayunar (mayormente licuados de fresa), hacer labores del hogar y descansar cuando termino. Sin embargo, una nueva actividad se anexa de repente a las demás: la universidad. Si el semestre presencial de por sí ya es algo complicado, llevar las clases en línea resulta mucho más agotador, aunque suene a mentira. Por ahora la normalidad no ha regresado y solo queda adaptarse poco a poco a las cosas que se van acomodando para no ser olvidadas durante esta pandemia. Entonces me doy cuenta. Adaptarse: de eso se trata todo. Adaptarse para superar el día a día. Adaptarse para no perder la esperanza. Adaptarse para algún día poder llegar a la mirar el inmenso sol del que hoy solo vemos un resquicio a través de este oscuro y largo túnel llamado COVID-19.

+El autor es alumno del Octavo Semestre de la Licenciatura de Comunicación de la UJAT y la crónica es una actividad realizada en la asignatura Periodismo Literario.


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