Crónica

El día que el miedo nos acorraló en casa

 

*David Esteban Rivera Acosta/

Eran las 12:04 a.m. del 28 de abril del 2020 cuando mi papá entró a mi habitación.

– ¿Estás haciendo tarea o…? – dijo, acercándose a mí y viendo la pantalla de la laptop en la que aparecía una hoja de Word en blanco.

– Eso intento- respondí, sin dejar que terminara la pregunta.

– ¿Cómo? -dijo él, más por curiosidad que por otra cosa.

– Es que no puedo- fue todo lo que dije, y nunca había dicho algo más honesto. Con impotencia y muchas ganas de llorar, trataba de explicarle que no sabía cómo plasmar esta experiencia. No creo que pueda culparme, 38 días sin poder salir de la casa es algo que se dice con facilidad, pero vivirlo es todo un reto. Van 38 días desde la última vez que pudimos salir sin el temor de poder perder la vida propia o de algún ser querido. 38 días seguramente ya han hecho sufrir y quebrado a más de uno. Todos nos burlamos de aquel meme que dice “¿quién dijo 2020, sorpréndeme?”, pero las cosas son así. El 2020 sí que nos ha regalado sorpresa tras sorpresa. Y al final, todo regresa acá, a los 38 días, y contando…

No hay nada mejor que colocarte tus audífonos y caminar o tomar el transporte hasta tu casa mientras escuchas tus canciones favoritas; debe haber una palabra que expresa esa sensación de querer hacer todo mientras caminas o miras por la ventana y disfrutas melodía tras melodía. Pero ahora, esas idas y vueltas a casa se han acabado, al menos por el momento. El 20 de marzo del 2020 fue el último día que, por lo menos los estudiantes, pudimos hacer ese último recorrido mientras disfrutábamos del contexto que se armonizaba con la banda sonora escogida por nosotros. ¿Quién diría que la vida pudiese cambiar tanto en tan solo un mes?

Al principio no parecía nada grave, después de todo los diarios y los medios de comunicación locales anunciaban el suceso como “un adelanto de las vacaciones de Semana Santa”. Por donde quiera que se mirase se veía ese titular; era el tema en boca de todos. Las dos semanas extras eran simples medidas preventivas, nada grave, pensaban todos. Hasta que se dio a conocer la existencia del primer caso en el estado.

Días antes de comenzar el resguardo, los medios de comunicación locales difundieron la noticia del primer caso de COVID en Tabasco; se trataba de una mujer que venía de la Ciudad de México y que había dado positivo a la prueba. El suceso no tardó en volverse escándalo; todo el mundo estaba preocupado por sus amigos y familiares, pues se decía que, al no haberse detectado a tiempo, la persona infectada podía haber transmitido el virus a cientos de individuos en el estado. Algunas personas incluso intentaron hacer justicia por su propia mano, como aquel grupo que cerró la entrada del municipio de Cárdenas, mismo donde la mujer con COVID vive, todo esto para evitar el contagio en la localidad.

Después comenzaron las “semanas extras de vacaciones” y hasta cierto punto la vida no perdió su curso normal. Solo unas cuantas empresas e instituciones de gobierno habían dejado de laborar, y las actividades escolares se habían suspendido, pero las tiendas de la esquina, los puestos de tacos, los supermercados y demás seguían en funcionamiento. Eso sí, se tenían que respetar las medidas de seguridad: la sana distancia y todo eso.

Los días pasaban y yo buscaba gastar algo de tiempo viendo una película o haciendo maratón de una serie. Algunas veces me decidía a hacer tarea, o si no, ocupaba mi tiempo leyendo, escribiendo o practicando guitarra e inglés. Incluso intenté hacer ejercicio, pero él y yo nunca fuimos muy buenos amigos. Convivir con mi familia no era una opción, pues mi hermano cuidaba a sus hijos (muy ruidosos, por cierto), mi mamá seguía atendiendo su negocio de cocina y mi papá aún iba al trabajo en la universidad; así que, cuando me aburría, mis audífonos y mi playlist eran mi salvación.

Era el 20 de abril el día programado para que el país entero volviera a su cauce: los planteles educativos y demás instituciones que habían parado labores reanudarían sus actividades, pero no hubo nada más alejado de la realidad. Cada vez había más casos en las grandes ciudades y el virus se fue expandiendo rápidamente por todo el territorio mexicano. Las autoridades nacionales y estatales anunciaron que el resguardo se extendería hasta el día 30 de abril, es decir, 10 días más sin poder volver a la vida como la conocíamos.

Y días después las cosas empeoraron. Los diez días extras se volvieron un mes. Las medidas de prevención ya no eran opcionales, el uso de cubrebocas al salir de casa era obligatorio y quien no lo portara hasta podría llegar a ser detenido. Las micro y medianas empresas debían suspender sus labores o podían ser multadas. Los centros comerciales reducirían su horario de atención y limitarían a una persona por familia para realizar las compras. Papá dejó de trabajar y mamá estaba preocupada porque si no había trabajo no habría dinero y, por lo tanto, tampoco comida; por suerte papá cuenta con un sueldo fijo.

Con todo, algunas cosas trataron de volver  ala normalidad, como, por ejemplo, las clases. La Secretaría de Salud en coordinación con los docentes presentaron una estrategia que incluye videos y tv para la impartición de clases. En el caso de la UJAT, se diseñó una plataforma digital para poder llevar a cabo esta necesidad. En mis cuatro años de universidad nunca había llevado una materia en línea y si así es la experiencia (sin pandemia de por medio, claro), me alegro mucho de no haberlo hecho. Siempre he creído que la mejor manera de aprender es asistiendo a clases presenciales, pues no existe tantas barreras que dificulten la transmisión de conocimientos.

Muchas otras cosas han querido volver a la normalidad, o por lo menos lo intenta. Tal es el caso de algunos restaurantes que antes no contaban con servicio a domicilio y ahora ya cuentan con él. O los bancos que siguen laborando siempre respetando las medidas de prevención. Incluso algunas micro empresas han vuelto a prestar sus servicios. Así es la vida, uno tiene que adaptarse o dejar que ésta te aplaste. La realidad es que, con todo, el futuro se mira incierto. Es verdad que en varios países ya se ha estabilizado la situación, pero también es cierto que cada nacionalidad tiene valores y formas de ser diferentes. Por eso, mientras escribo estas últimas líneas sentado en mi habitación siendo casi las 3:00 a.m. me pregunto cuántos días más nos quedan de confinamiento y si algún día podremos volver a aquello que solíamos llamar vida normal.

*Esta crónica fue escrita como parte de las actividades de la asignatura de Periodismo Literario. El alumno cursa el Octavo Semestre de la Licenciatura en Comunicación por la UJAT.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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