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El diciembre que ya no es

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Columna La Sultana/

Rocío Villalobos/

La llegada del mes de diciembre era, años atrás, el final de la espera para compartir con la familia los buenos momentos de una festividad que estaba rodeada de risas, música ambientando el lugar, chiquillos corriendo de un lado a otro jugando ante la quema de cohetes, abrazos entre familiares que tenían muchísimo tiempo sin frecuentarse y la degustación de los diferentes platillos preparados por las conocedoras del buen sazón mexicano y que no permitían la entrada a su cocina ni de chiste.

Diciembre, hoy… es el continuo despertar de las familias con noticias fatídicas. La constante desaparición de jóvenes que no regresaron de la escuela, de una fiesta o de hacer algún mandado, que dejan a sus madres angustiadas en casa preguntándose si volverán o si para cuando los encuentren, los hallará con vida.

Es el miedo que te embarga cada que vas a salir de casa a hacer un mandado y te despojas de todas tus pertenencias con la intención de resguardarlas, pero sobre todo de no ser el blanco de aquellos sin trabajo u oficio que están a la espera de arrebatarte lo que es tuyo por el simple hecho de joder todas aquellas horas de trabajo que tuviste que pasar para comprarte con mucho sacrificio un pequeño lujo.

Es, también, el llanto desconsolado de una madre o un padre junto al cuerpo sin vida de su hijo que yace en el húmedo pavimento y entre escombros de una noche de diversión que terminó en el más trágico momento de su vida, preguntándose qué harán ahora, cómo salir adelante después de una pérdida como esa.

La conmoción de todo un pueblo ante al atraco despiadado de un padre contra su familia para después acabar con su vida. O aquel momento en que una tarde, realizando uno de tus hobbies sucede lo inesperado y de la nada te encuentras inconsciente en la cama de un hospital mientras familiares y amigos en la sala de espera oran por ti y tu pronta recuperación, pero las horas se hacen eternas al no haber avances o un diagnóstico que indique tu vida está fuera de peligro.

Cuando eres pequeño,  no estás consciente de todos estos momentos desafortunados. Las tardes se te van entre juegos y correteos para que una paloma que te lanzó tu primo o vecino no te alcance y explote cerca de ti, y luego vuelves atacado de risa por más, porque no tienes ninguna preocupación; no te das cuenta de la dimensión de las pérdidas que ocurren a diario, en cualquier lugar, calle, colonia, estado.

Un día te ves contra la pared de alguna calle de tu ciudad, aterrorizado y tratando de defender lo que te pertenece, pero sabiendo que es mejor dar tu brazo a torcer y dejar que el parásito social se escabulla entre los espectadores con aquello que tanto les costó a tus padres darte o a ti mismo ganarte.

O no sabes en qué momento la sesión de chistes acompañado de risas se convierte en el grito de pánico de tu madre alertando a papá que lo que ocurre frente a ustedes a mitad de carretera es un asalto; no puedes apartar los ojos de los encapuchados con armas de fuego en mano apuntando a una familia que someten contra el suelo y les gritan barbaridad y media. No sabes cómo, pero papá ha dado reversa y huyen de allí; lo siguiente que sabes es que han esperado a escondidas en la oscuridad de la noche a que el tráfico de autos siga avanzando para pasar desapercibidos, haciéndote de la vista gorda para salir ileso al ver todavía a esa familia en el suelo, presa de aquellos transgresores.

Cuando menos te das cuenta, las conversaciones entre amigos se convierten en el centro de difusión de publicaciones en Facebook del familiar, de algún desaparecido; la organización de quiénes asistirán a tal velorio o la recaudación de fondos para apoyar a algún amigo que esté en muy malas condiciones de salud, o el desahogo ante las preocupaciones que te afligen, preguntándote cuándo vas a ser tú al que le ocurra algo similar, porque ya no te sientes seguro ni en casa.

Diciembre, equivalente de fiesta, algarabía y felicidad, hoy… se convierte en padres afligidos en rincones orando por sus hijos, en reuniones silenciosas y familias incompletas, en llantos desgarradores. Diciembre se convirtió en sinónimo de tragedia.  


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