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Eugenio Flores, dos destinos: el sax y Chicoché

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Kristian Antonio Cerino/

Fotos: Álbum Eugenio Flores/

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Quién podría decir que el hombre adquiere habilidades motrices al pelar camarón. Quién podría asegurar que al pelar el camarón un individuo después desplazará sus mismos dedos por una máquina de escribir. Quién podría afirmar que con esos mismos dedos, peladores de camarón y golpeadores de una máquina,  al ponerlos en las llaves del saxofón, emergerá música

Eugenio Flores (1948) es un joven que pela camarón. Vive en la calle Matamoros en Villahermosa, Tabasco, y está a algunos años de distancia de poner los dedos en el saxofón que dejó en casa el padre a su muerte. Por ahora, pela camarón y estudia para ser un taquimecanógrafo. El mejor. Trabaja por las mañanas en un sitio bautizado como El rocanrol, en donde venden cervezas y cocteles. Y por las tardes, estudia taquigrafía gregg y mecanografiado en la Academia Juan T. González

Durante dos años ha vivido entre el olor a molusco y a tinta de la cinta que se ponía en las antiguas máquinas de escribir. Hubo otra tinta que también olió: la que usaba para lustrar zapatos en el parque Juárez.

La taquimecanografía era lo de moda, como después lo fue estudiar capturista de datos, los años en que la informática desplazó a la mecánica.

—Era una carrera de menor costo. Uno salía como secretario.

Vivía aquí y allá. Una vida monótona. Había abandonado la escuela por la escasez de dinero y un día escuchó el requinteo de una guitarra eléctrica al retornar a casa. Se acercó.

Vio a unos muchachos que no eran “del rumbo” y se quedó a mirar el futuro. El suyo. Nadie le pudo regresar la mirada a los camarones y a la máquina de escribir.

Se olvidó de Mario Ortiz, el dueño del rocanrol, lo mismo que de sus maestras que le enseñaban gregg y del cajón en el que guardaba la grasa para limpiar zapatos. Puso sus ojos en el metal, en el instrumento que inventó Adolfo Sax

—De cotorreo, soplé.

 

* * *

 

Las primeras clases de solfeo las recibió en casa. El padre de Eugenio Flores, Eugenio Flores Moreno, le instruyó en la vocalización basada en el libro de Hilarión Eslava. Le impuso el aprender las cincuenta y ocho lecciones de solfeo. Esto lo haría unos años antes de morir y dejar al hijo con su madre y hermanos cuando tenía trece años. A la muerte del patriarca, la única herencia fue un saxofón Conn que su padre trajo a Tabasco, de su natal Zacatecas, en los años de la revolución. El instrumento de viento, plateado de principio a fin, habría de venderse después para afrontar la crisis económica.

Nadie le pudo regresar la mirada a los camarones y a la máquina de escribir. Puso sus ojos en el metal, en el instrumento que inventó Adolfo Sax

Lo poco que cuenta fue cuando Chicoché le dijo, al mirar por la ventana de hotel Palace: “Mira, el monstruo de concreto, algún día será nuestro. El monstruo de concreto desde luego fue de ambos, pero a la muerte de Chico la crisis pegó a La Crisis.

Así, en este mar de carencias, conoció al maestro Alejo Varela. No sólo le enseñó a soplar el sax, también le dio a préstamo su instrumento. A los diecisiete años, Eugenio Flores  Pérez sopló “duro y duro” sin importar romperse los labios o, en su caso, reventarse los pulmones

—Pasé todo el día soplando.

 

Y horas más tarde se escuchó una canción que Eugenio habría de recordar siempre: Y la amo, tocada en inglés por The Beatles. Todavía, hoy, esta melodía instrumental la hace suya con una onomatopeya: Tararará.

Pasado los seis meses ya era músico en un grupo musical. En retrospectiva, también recuerda a Juan Sosa y a Manuel Pérez Merino, como sus maestros de armonía.

 

Desde entonces, Amelia Pérez Chan, la madre, creyó que por fin el hijo tendría su modus vivendi en la música y cabría la posibilidad de pensar, ya con seriedad, de olvidarse en lavar la ropa de los vecinos y vender comida.

 

* * *

 

En los días en que retornaba a casa oloroso a camarón oyó un canto de sirenas. Distinguió el sonido de una guitarra eléctrica y consideró oportuno  acercarse. Vio que eran unos jóvenes que ensayaban canciones en casa de un vecino que todos conocían como Ojo pelao. Pocos sabían que su nombre de pila era Luis. Los muchachos trabajaban por las mañanas y practicaban por las tarde. Allí, Flores recuperó el ánimo de aprender a tocar el saxo y se fue a meter a casa de Alejo Valera con el fin de aprender todo sobre el metal.

 

¿Cómo se llama el grupo? Preguntó Eugenio. Los universitarios del rock, le dijeron los chamacos. Entre ellos: José Manuel Peña Vázquez, José Antonio Camacho Vázquez, el bajista; José Manuel González, la polla, y el famoso Loco Tepate, de Tenosique, Tabasco.

 

—Eran un poco mayores que yo.

Era 1965, mediados de los sesentas, y por todas partes se escuchaba en la radio esos grupos llamados Los rebeldes del rock y Los hooligans. Los universitarios del rock replicaban canciones de la época, La plaga, El rock de la cárcel, Adiós Jamaica.

Pelar camarón ya no fue igual. La música le taladró los oídos y se alojó en sus pensamientos. Añoraba salir de la cocina del restorán para ver el ensayo de Los universitarios del rock.

Después de semanas de desayunar y cenar con el sax, se sintió seguro para ser un músico. Sin embargo, la única vacante en el grupo fue de chalán, que traducido a la realidad, representó recoger los cables o cargar bocinas, en un primer baile en Pichucalco, Chiapas.

Cuando les toqué Y la amo, el Loco Tépate, se emocionó. Ya no había pretexto para incluirlo en la banda y así sucedió en el parque Juárez de Villahermosa, cerca de una desaparecida fuente. Aquella vez el maestro Leandro Sánchez, el saxofonista icono de Tabasco, escuchó a Eugenio. Eran los años en que Chicoché comenzaba a cantar en una organización llamada Los temerarios de los hermanos Villegas

 

¿Sabría Eugenio Flores cuánto ganaría por ser músico de Los universitarios del rock? En nada.

 

Los músicos de esa época no hablaban de dinero ¡Por dios! Nunca decían ¿cuánto me vas a dar? Estábamos contentos de tocar y ya, o porque no teníamos familia, dice.

 

* * *

 

La vida en Eugenio comenzó a prosperar. En playa El limón, en el municipio costero de Paraíso, escuchó la primera invitación para ir más allá de Tabasco. Un músico de Los genios de Puebla le convenció para abandonar a Los universitarios del rock. El día era soleado cuando decidió que no perdía nada con intentarlo. Esto sucedió en los años en que la cerveza Carta blanca dominaba el mercado en el sur de México.

 

A la edad de dieciocho años, y con el permiso de la madre, viajó a Veracruz. Llegó a un lugar llamado Santiago de la Peña para hacerse miembro de Los Genios, luego habría de estar con Los Grecos y por segunda vez con Los Genios. Al menos, dos años en ambas organizaciones. Habría sido más pero una diferencia con Silvio y Miguel Bárcena, dueños de Los Genios, lo obligó a regresar a Tabasco. Su retorno le traería consecuencias porque se trajo consigo el saxofón del grupo, un metal marca selmer, y costoso.

—Trataron de demandarme pero no pasó nada.

 

A su repatriación se enteró que Los universitarios del rock ya se hacían llamar Los profetas. Supo también que el Loco Tépate ya no estaba en el grupo, menos Silvano Zetina. Por pláticas, se informó que el grupo sensación eran Los modernistas y que sus músicos eran

 

Carlos Ayala, Héctor Chong, Andrés Angulo Escobedo, César Rodas, Armando

Escalante, el Loco Tépate y Silvano Zetina. Siete en total. Era un conjunto más profesional, con música de más conocimiento e instrumental.

“Ellos no querían que entrara porque no daría la talla y más porque el grupo ya empezaba a sobresalir”, confiesa Eugenio Flores,  nacido un 28 de septiembre de 1948.

 

Pese al rechazo de algunos, menos el del Loco Tépate, viajó con ellos a la ciudad de México. Llevaba, por si era necesario, un “saquito” que le compró el mismo Loco. Por azares del destino, Los modernistas ya eran ocho músicos con Eugenio cuando se presentaron en televisión nacional, en un programa patrocinado por el shampoo Vanart

 

—Con dos saxofones, el grupo causó impacto.

 

Se trataba del sax de Armando Escalante y el suyo. Por el éxito del grupo, Escalante decidió que ya no podía atender dos trabajos y dijo que le daría prioridad a su empleo en las oficinas de correos en Villahermosa. Desde ya, Los Modernistas eran 7 músicos y el público los identificaba como Los 7 Modernistas. Era 1967.

También, en México, había otra organización que se llamaba Los Modernistas, así que para evitar problemas legales, los representantes del grupo sólo le agregaron Los 7. Para cuando se grabó el primer disco, en compañía América, la organización musical ya se oía con fuerza en las estaciones de radio.

Sin la paciencia de Carlos Ayala, el dueño del grupo, no habría podido destacar, afirma Eugenio Flores Pérez.

 

—Me decía: ¡tú puedes!

 

* * *

 

En 1971, Eugenio Flores abandonó el grupo, previas pláticas, por diferencias. Pensó que la carrera artística había terminado, pero se equivocó. La sorpresa fue que aquí en Tabasco otra banda musical despuntaba: Los bárbaros. Su canción Pecado mortal los había puesto en la lista de los temas favoritos. Era el LP, o disco de acetato, más pedido a los locutores.

 

Flores recibió la invitación de ir al hotel Mansur. Allí estaba hospedado el representante del grupo Jesús Ocaña Villa Beytia. Luego de unos cafés y probablemente un par de tragos, acordaron su contratación. La noticia alegró a todos, igualmente a Enrique Huicap, el dueño de Los bárbaros.

 

Y pensar que Eugenio tendría vacaciones… al día siguiente ya partía por enésima vez a la ciudad de México. Una nueva gira le esperaba. Conoció el territorio nacional y por primera vez Estados Unidos.

 

A decir de Flores, Los bárbaros “estaban durísimos”, algo así como “pegando con tubo”. Con ellos, grabaría dos discos, esto sin sumar los ocho que grabó con Los 7 modernistas

 

—Mi mamá estaba contentísima

 

El sueño “Los bárbaros” sólo duró dos años. El ir, dos o tres veces, a ciudades como Los Ángeles, Chicago, San Antonio y Dallas, le hizo conocer el amor. Esta fue la razón por la que optó salir del grupo. Un día, así de pronto, se quedó en Chicago, y en esta ciudad permaneció dos años tocando el sax para Los silenciosos, una banda que ambientaba en los bares. Cuando salía a la calle escuchaba el jazz o el blues y quizás esto lo inspiraba a permanecer en Estados Unidos.

Mientras tanto, en el caluroso y lluvioso Tabasco, unos grupos desaparecían y otros resurgían. Eugenio estaba seguro allá con su visa y la compañía.

A los veinticuatro meses, el ex saxofonista de Los 7 modernistas y Los bárbaros comenzó a extrañar la tierra, el pozol, la horchata y los tamales. Echaba de menos a su madre y a sus seis hermanos. La intención fue estar en Villahermosa durante un mes y volver a Chicago:

 

Ya cuando vine aquí me doy cuenta que ya estaba sonando Chicoché y La Crisis, ya Los 7 Modernistas y Los bárbaros radicaban en México y Los temerarios habían desaparecido.

Él se enteró que estaba en la capital y se dio a la tarea de buscarme, y me fue a buscar a casa de mi mamá.

 

Lo recuerda bien. Chicoché conducía un mustang negro el día en que Eugenio Flores caminaba por la plazuela de El Águila, cerca del bar El Submarino. Le dijo, en voz del saxofonista estas palabras:

Flaco, te he ido a ver, qué haces allá tan lejos, coño, te invito a mi grupo.

 

Se subió al auto, platicaron, saludó a la familia de Chicoché, y en el transcurrir de las horas y los días se convenció de que podría regresar a las grandes carpas con

La crisis de Chicoché. El hombre del overol le había pedido en la charla que estuviera solo un mes con el grupo y que de no adaptarse podría irse a Chicago con todo y el saxofón que trajo en su maleta.

 

Era 1974, el año en que Eugenio debutó con José Francisco Mandujano, Chicoché, en la ciudad de Aguadulce, Veracruz. El mes de prueba se tradujo en quince años, ocho películas, decenas de discos y presentaciones en radio y televisión. Aquel amor de Chicago se presentó en Tabasco pero el sax-men ya había resuelto no regresar y ya no supo más de Los silenciosos y de ella.

 

Para Eugenio, con Los 7 Modernistas y Los bárbaros, representó sus años de estudios; su graduación musical con Chicoché. Al fallecimiento de Chicoché, en 1989, consideró oportuno no quitarle el nombre al grupo, La crisis, y asumió el liderato

 

—Fue difícil asumir.

 

Flores habla muy poco de este capítulo doloroso en su vida. Lo poco que cuenta fue cuando Chicoché le dijo, al mirar por la ventana de hotel Palace: “Mira, el monstruo de concreto, algún día será nuestro. El monstruo de concreto desde luego fue de ambos, pero a la muerte de Chico la crisis pegó a La Crisis.

Pese a las adversidades Eugenio Flores, o Euflor, se mantuvo con La Crisis. Hacía presentaciones y concedía entrevistas. Es probable que alguien diga que la vida musical de Euflor acabó ahí; nada de eso es cierto. Eugenio continuó haciendo y llevando su música con el grupo o solo. Grabó discos con música instrumental y se sigue presentando en donde le contratan o invitan. Cuando toca el sax, siempre se encorva, cierra los ojos y su cuello suele expandirse, lo mismo con el soprano o con el sax alto. Se viste fiel al estilo que creó a la muerte de Chicoché, de gabardina azul.

 

—¿Por qué decidiste dejarte crecer el pelo?

 

—Para buscar un estilo propio

 

Un par de años a la partida de Chicoché, la cabellera -o cola de caballo- se mantiene en su mismo sitio. Ya no crece, pero ahí está.

 

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